La exhibición “El Ropaje del Silencio”, es una exposición de arte contemporáneo que fue exhibida en el Museo de Arte de las Américas de la Organización de Estados Americanos, entre el 27 de octubre y el 15 de noviembre de 2021. Esta exhibición contó con el apoyo de la oficina del Programa para América Latina de Victims of Communism Memorial Foundation y fue co-organizada con Umbrella Art Foundation.
EQUIPO ARTISTAS
Curadoría y Coordinación General: Ana Olema Damaris Betancourt
Consultoría: Valia Garzón Díaz Celia Y Yunior
Producción General: Diddier Santos Henry Eric Hernández & Celia Y Yunior
Diseño Gráfico: Annelys Casanova Ana Olema
Texto Crítico: Antonio Correa Iglesias Luis Manuel Otero Alcántara Y Anyelo Troya
INTRODUCCIÓN
El 11 de julio de 2021, en capitales provinciales y poblados de Cuba, un numeroso grupo de cubanos se enfrentó a un régimen que lleva ya en el poder más de 62 años. Uno de los catalizadores de estas protestas es el estado calamitoso de la salud pública, que ha llevado al país al colapso sanitario.
Algunos de los pilares en el que se sostiene el fallido discurso comunista es la trascendencia de los cambios realizados en las estructuras sanitarias a partir de 1959, la excepcionalidad de sus profesionales de la salud, sus capacidades de atención primaria y sus políticas de salud pública.
Cuba fue el primer país del mundo en el que se creó un ministerio o secretaría dedicado exclusivamente a la atención de los problemas relacionados con la salud pública, tan temprano como 1909. La tasa de mortalidad por cada mil habitantes adultos era en Cuba de 4.93 en 1958 (el primer lugar entre los países de América, por encima de los Estados Unidos con 9.5 que ocupaba el lugar 11) y en ese mismo año la tasa de mortalidad infantil era de 33.7 (tercer lugar entre los países de América, solamente superada por Estados Unidos con 26.9 y por Canadá con 30.2). Una gran parte de la población de la capital estaba cubierta por las clínicas de beneficencia y la mayor parte de estas tenían delegaciones en todo el país, que se ocupaban de pacientes que no necesitaban hospitalización. La salud pública era totalmente gratuita, así como los servicios de ambulancias que trasladaban a los pacientes desde cualquier punto del territorio nacional hasta el hospital más cercano. Hoy, 62 años después de instaurado un gobierno que viola los derechos humanos más elementales, el retroceso de los servicios de salud se palpa en el calamitoso e insalubre estado de la red hospitalaria (la mayor parte de ella formada por las ahora viejas instalaciones de la época republicana), la ausencia de medicamentos básicos para la población, y la proliferación de enfermedades que ya en otros países han sido erradicadas, o son provocadas por problemas sociales como el hacinamiento y la depauperación de las condiciones elementales de vida.
La bandera ideológica enarbolada desde 1959 que coloca a Cuba como una potencia médica a nivel mundial, y de la que sus principales heraldos son las brigadas médicas cubanas enviadas a numerosos países, es hoy cuestionada por la comunidad internacional, que ve como se desmitifica de manera acelerada uno de los puntos neurálgicos que sostiene al régimen cubano. Poco a poco van saliendo a la luz las condiciones de esclavitud moderna en la que los médicos son obligados a trabajar para un sistema que se sostiene económicamente de los ingresos generados por estas “colaboraciones”, mientras una de las principales causas del colapso de la salud pública es la escasez de profesionales. El desarrollo de los medios de comunicación y el acceso masivo a las redes sociales ha propiciado que la ciudadanía comience a informarse de las condiciones en las que vive y se convierta en actores sociales y voceros de su propia realidad.
Este es un proyecto que aborda desde el punto de vista del arte contemporáneo, la difícil realidad que se vive en este momento en Cuba, reflexionando sobre la depauperación social en la que se encuentra una ciudadanía enferma que empieza a ser consciente de la necesidad de cambiar su escenario de vida y los diferentes mecanismos ciudadanos para hacerlo. La mirada de estos artistas hacia el universo de la locura y sus repercusiones sociales; el rol de la medicina social en la represión de la disidencia; y la reflexión sobre el estado de depauperación de la salud pública y los servicios comunales relacionados con ella acercan al espectador a un pueblo lacerado y exhausto que ha empezado a quitarse ya “el ropaje del silencio”.
Damaris Betancourt
Diez días en Mazorra, 1998 – 2016
Unas semanas antes de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, entre febrero y marzo de 1998, viajé a La Habana con el encargo de un influyente periódico suizo de realizar algunos reportajes durante el histórico acontecimiento. Me dirigí al Centro de Prensa Internacional (CPI) con la solicitud por escrito de la redacción para acreditarme como fotógrafa. Al día siguiente, como era de temer, me fue comunicada la denegación de mi acreditación con una verborrea fronteriza, de la que solo pude entender que no me acreditaban por ser cubana. Salí de allí decepcionada y sobre todo muy indignada. Por suerte las malas vibras me duraron poco, y recordé todo lo que anteriormente había hecho en Cuba “clandestinamente “, sin una credencial, sin una publicación que me respaldara, y cuánta libertad me había proporcionado el poder fotografiar sin estar comprometida más que con la idea y el ejercicio de documentar.
Retomé un contacto que tenía en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, más conocido como «Mazorra», a partir de unas entrevistas que había hecho allí anteriormente con un periodista suizo. Esta instalación inmensa fue fundada en 1857, ocupa 62 hectáreas y tiene capacidad de hospitalización de 2500 camas; es una ciudad dentro de la ciudad. Una semana después, luego de que el mismo Bernabé Ordaz, el comandante en jefe de todos los psiquiátricos, diera su consentimiento, comencé. Durante diez días recorrí con mi cámara las instalaciones. Sobra decir que cada segundo me acompañaba mi “sombra vigilante “. Hubo momentos en los que agradecí tener cerca a un profesional que me guiara por aquel campus inmenso, y mediara entre los pacientes y yo –un cuerpo extraño en su entorno con cámara fotográfica. Pero pasadas unas horas comprobé que los cigarrillos, pueden abrir de par en par los brazos de un enfermo psiquiátrico.
Durante diez días conté con los amigos más excepcionales, más enrevesados y más fieles que he tenido. Soy consciente de que pude rebasar exitosamente el programa de actividades para visitantes; ese que incluye, entre otros, la visita a los talleres de manualidades, a los campos de rosas, y la actuación del grupo de danza con el coro entonando una oda al comandante Ordaz. Logré tener acceso a un poco más que a la simple postal. Pero por más que jugué a ser ingenua, e insistí para llegar a los lugares más sombríos, no lo conseguí. No fue posible entrar en aquellos siniestros pabellones donde los pacientes no sonríen, donde pasan las secuelas de las sesiones de electroshocks, o donde presuntamente torturan a disidentes y a no disidentes, como la Sala Penal Pedro Carbó Serviá. Mi “sombra vigilante“ se obcecaba en solo mostrarme a “locos felices“.
En 2010, se hizo pública la escandalosa y trágica noticia de la muerte por hambre y frío de 26 pacientes en Mazorra. Así vi confirmadas mis sospechas de que éste era un sitio tenebroso. En las imágenes de aquella desgracia, me pareció reconocer entre los cadáveres a uno de mis protagonistas. Me acordé de mis fotos, busqué los negativos. Ahora, más de veinte años después de esos días, creo que esta serie puede ser apreciada por aquellos que quieran conocer una parte del acontecer en Cuba a través de imágenes que ponen en valor los testimonios discretos, las vidas ordinarias y modestas, que son las que verdaderamente tejen nuestra historia común.
Ana Olema
3.6°C, 2021
En enero del 2010 fueron filtradas una serie de fotografías que destaparon uno de los escándalos de negligencia médica más alarmantes ocurridos en Cuba. Durante un frío invierno, murieron por hipotermia al menos, según reconocieran cifras oficiales, 26 pacientes del Hospital Psiquiátrico de La Habana “Comandante Dr. Eduardo Bernabé Ordaz Ducunge”.
Fuentes independientes aseguraron que las víctimas reales fueron entre 40 y 50 personas. Debido a la rápida diseminación de estas imágenes dentro y fuera de la Isla, y por lo perturbador de su contenido, el régimen cubano se vio obligado a aceptar -de manera excepcional- que los hechos eran verídicos. Las autoridades sanitarias aseguraron que las causas de este acontecimiento no se debieron al descuido evidente del centro de salud, y el trato infrahumano a los pacientes, que podía constatarse en los archivos difundidos de forma clandestina, sino a las bajas temperaturas de carácter prolongado que se habían presentado en ese principio de año, y a factores de riesgo propios de los pacientes con enfermedades psiquiátricas. Sin embargo, los cuerpos famélicos de las víctimas dejaban ver el abuso e indolencia constante por parte del personal de salud, la desnutrición extrema y la falta de higiene. Las lesiones no atendidas, remitían al ‘horror’ propio del totalitarismo del que hablara Hannah Arendt, que con su crueldad supera cualquier fantasía siniestra.
Esta pieza utiliza dos de las imágenes que se difundieron en esos días. Muestran el torso de una de las víctimas, y la ficha con sus datos, elaborada descuidadamente con tinta de bolígrafo sobre un papel rasgado y endeble, que fácilmente podía romperse o perderse. Resume el desprecio del sistema hacia sus ciudadanos, en este caso doblemente vulnerables, que han sido castigados en vida mediante prácticas clínicas vejatorias e indolentes, y después de su muerte sometidos al anonimato, al ‘oblivion’, al olvido más allá del olvido.
Estas dos fotografías se encuentran encapsuladas dejando ver las fotos a través de un efecto de cristal craquelado, tratando de lograr conservar la memoria de estas víctimas a través del tiempo, y por supuesto, remitiendo a la excusa de la ola de frío ofrecida por el régimen.
El nombre de las víctimas nunca fue revelado. Las bajas temperaturas reportadas ese año, en Rancho Boyeros, donde se ubica el sanatorio, fueron de hasta 3.6°C.
Celia & Yunior
La Clínica del Buen Contacto, 2009
La vía utilizada por una gran mayoría de cubanos (y muchas veces la más efectiva) para relacionarse con el sistema de salud pública, es el contacto establecido de modo personal con los médicos. Siguiendo esta estrategia creamos “La Clínica del Buen Contacto” – obra en colaboración con Javier Castro, Renier Quer, Grethell Rasúa y Luis Gárciga -. Cada persona que la integra pone en función de los demás sus contactos personales con médicos de diferentes especialidades. Esta Clínica sufre variaciones: se contrae al perder especialistas y se expande entrando nuevos médicos a su plantilla.
“La Clínica del Buen Contacto” no tiene ubicación física, es un sistema que funciona a partir de la información organizada para hacerla más eficiente en función de todos sus integrantes. Funciona discretamente y solo tienen acceso a ella las personas que han contribuido con uno o más médicos para su formación. Se visualiza a través de un esquema que muestra la estructura que organiza un hospital público en Cuba en color gris, sobre el cual se superponen, en diferentes colores, las relaciones personales con los médicos de cada uno de los asociados. Cada color relaciona a los especialistas que han aportado cada uno de los asociados a la “Clínica del Buen Contacto”.
Celia & Yunior & Henry Eric Hernández
Forjar la tradición, 2015 – 2017 (Forging Tradition, 2015 – 2017)
Forjar la tradición otorga carácter patrimonial a la cifra 6210, número de médicos cubanos que, formando parte de las diferentes misiones internacionalistas llevadas a cabo por el gobierno cubano en países de África y América Latina, han emigrado ilegalmente desde estos países hacia Estados Unidos u otros países de América Latina. Este promedio, calculado a partir de datos publicados por medios informativos internacionales entre 2006 y 2016, representa a los llamados “revolucionarios desertores”, según la retórica política cubana.
La intervención consistió en la instalación de una tarja de mármol (que en su día tuvo una tarja con información histórica) con la cifra 6210 labrada en un pedestal abandonado debajo de la rampa del hospital Hermanos Ameijeiras del municipio Centro Habana, uno de los más populosos de la capital.
Luis Manuel Otero Alcántara // Anyelo Troya
Mil maneras de morir accidentado, 2020 (A Thousand Ways to Die in an Accident, 2020)
Hay un momento de la pelea política donde no existe el azar.
Los estados totalitarios construyen la realidad. Fabrican vidas, también muertes.
No es la muerte lo que temo, sino el supuesto accidente mediante el cual esa muerte pudiera ocurrir.
Despolitizar la muerte es la mejor manera de anularte como individuo.
No creo que, en los días de mi huelga de hambre, el poder me quisiese muerto, porque el control me pertenecía.
Había cargado mi cuerpo de significado político; les había arrebatado los hilos del relato.
Eso ocurre cuando uno se adelanta. Desde que entendí la importancia de adelantarse, trato de adelantármele a la dictadura todo el tiempo. Dos pasos más allá.
Requiere esfuerzo, concentración, pero es posible. Es lo que uno hace cuando escapa hacia la libertad.
Los perros de presa y los capataces van detrás tuyo. Ladran, vociferan, arman bulla, pero no te pueden ver. Ni saben quién eres, ni entienden dónde estás.
Estas imágenes, oscuras, borrosas y trágicas, captan ese posible estado final.
Porque los modos casuales en que puedo morir son modos que el poder ya ha pensado, un azar que el dios de la dictadura ha tejido de manera minuciosa.
Si mañana, por ejemplo, salgo a la calle y alguien me ataca, ese ataque no sería fortuito. Hay detrás una campaña de descrédito, un discurso de odio hacia mí, amplificado por la televisión y los otros medios de difusión estatales, que explicarían el acto criminal.
No son suposiciones, sino posibilidades que yo también pienso mucho; desenlaces que no deseo, pero que no puedo alejar de mi cabeza. Así imagina uno cuando se mete a fondo en la pelea política.
Todas esas muertes van detrás del arte. Aquí me adelanto.
Soy negro, soy un artista. Todo lo que la dictadura tiene pensado hacerme no puede nada contra la imaginación.
Departure, 2021
Ana Olema
Video Instalación
“Departure” en inglés es la acción de partir, de marcharse, sobre todo para emprender un viaje. En los aeropuertos sabemos que existen las puertas de salida (departure gate) para los pasajeros que salen, que se van. La información que se les brinda a los viajeros, en el aeropuerto, para que sepan cuáles son las puertas por las cuales tomarán el vuelo, la asignación de mostradores de facturación, puertas de embarque, tiempos de llegada y salida, asignación de cintas de recogida de equipaje, etc; se muestran mediante el flight information display system (FIDS) -Sistema de Visualización de la Información de Vuelo – esto es el sistema informático que controla tableros de visualización mecánicos, o electrónicos, o pantallas de TV. Las pantallas, usualmente, están ubicadas dentro o alrededor de una terminal de aeropuerto.
“Departure” es un proyecto de vídeo instalación que se apropia de la estética y estructura de los FIDS, pero en lugar de mostrar vuelos se podrán ver los nombres y cifras de los muertos por COVID en Cuba.
La obra se piensa a sí misma como un monumento a todas las víctimas con el objetivo de visibilizarlas, humanizarlas, y al mismo tiempo darle voz a los familiares que pierden a sus allegados debido a la negligencia médica generalizada por parte de las instituciones hospitalarias en Cuba La pieza se construye usando los testimonios recibidos, y reporte de observadores, los cuales reflejan la falta de personal, de camas, oxígeno, oxímetros de pulso, medicamentos básicos y la manipulación de los certificados de defunción. Los familiares de las víctimas además de no poder contar con un mecanismo para demandar al Estado, y sin la posibilidad de obtener una indemnización, se exponen a padecer el deprecio, abandono y la falta de voluntad por parte de las autoridades, las cuales parecen negadas a dar una solución inmediata a esta tragedia, que los cubanos han catalogado como un “genocidio en cámara lenta”.
Las pantallas muestran estos nombres, personas que se van y nunca más regresarán, pero quizás pudieron salvarse de no vivir bajo un sistema fallido como es el comunismo.
“Departure” en inglés también es un eufemismo para la muerte, como en “un alejamiento de la vida”.